Juan María Gutiérrez nació el 6 de mayo de 1809. Del padre, español con ideas liberales, heredó su oposición a la tradición colonialista. De su madre, el ideal de libertad.
Cursó estudios de ingeniería –según consejo de su padre, en esa carrera no había conflictos para la moral ni para la honra– y a los 25 años se recibió de doctor en derecho civil para luego dedicarse a su vocación literaria que no resultó excluyente de la actividad política. Su amigo Juan Bautista Alberdi dijo de él:
No había nacido para político pero le tocó serlo y ejerció tanto influjo en la política como en las letras de su país.
A sus primeras colaboraciones (1833) en el periódico El Amigo del País le siguieron otras en Museo Americano y El Recopilador. En La Moda publicó “El hombre hormiga”, artículo de costumbres en el que caracteriza a un tipo de individuos que pululan en las calles de Buenos Aires, el hombre de los oficios menudos y las changas, el individualista sin opinión política, el mezquino sin más amigo que el dinero, sin moral ni patriotismo, aquel de quien nada puede esperar la sociedad.
Con sus amigos –especialmente E. Echeverría y J. B. Alberdi– integró la “Asociación de Estudios históricos y sociales” que arribará al “Salón Literario” fundado por Marcos Sastre. Allí pronunció su discurso inaugural Fisonomía del saber español: cuál debe ser entre nosotros. Tres conceptos constituyen el eje de este documento: la independencia intelectual respecto de España, la autonomía ante sus tradiciones, la libertad en el uso del lenguaje español. Conceptos que con el tiempo sustentarán su negativa a formar parte de la Real Academia Española.
Gutiérrez plantea un proyecto de país democrático que conduzca al desarrollo a partir del conocimiento, la valoración de lo propio y el sentimiento nacional:
(…) No olvidemos que nuestros tesoros naturales se hallan ignotos, esperando la mano hábil que los explote; la mano benéfica que los emita el comercio y los aplique a las artes y a la industria; que la formación y origen de nuestros ríos (…) aún son inciertos y problemáticos, que la tierra fértil, virgen, extensa, pide cultivo, pero cultivo inteligente, y, en fin, que las ciencias exigen ser estudiadas con filosofía, cultivadas con sistema, y la literatura requiere almas apasionadas, próvidas, sensibles a lo bello y eminentemente poseídas de espíritu nacional.
Es posible advertir en este discurso –como en otros de quienes conformaron la Asociación de Mayo, antes La Joven Argentina– la influencia de la segunda parte del Romanticismo y del socialismo utópico, en este “romanticismo social”, y de expresiones literarias y filosóficas europeas llegadas principalmente desde París.
Este espíritu romántico que celebra el amor, la naturaleza, la libertad, la independencia, la patria, la autonomía, incluye el intercambio cultural con países centrales y el aprendizaje de sus lenguas a la par del resguardo de las autóctonas.
En la denominada Generación del 37 se cruza la vertiente del Romanticismo con la de la Ilustración, que formarán, como sostuvo Nicolás Casullo, las dos grandes almas de lo moderno hasta el presente.
En la turbulenta época de Rosas, luego de haber sido cesanteado como Ingeniero 1.° del Departamento Topográfico y puesto en prisión, Juan María Gutiérrez, al igual que sus compañeros, opta por el exilio.
Montevideo es el refugio de tantos, entre ellos de su gran amigo Alberdi. Allí, Gutiérrez colabora como topógrafo en la lucha contra el Sitio de la ciudad y allí también, continúa su militancia política y literaria a través de diversos periódicos. El 25 de Mayo de 1841 recibe el primer premio por su composición poética A Mayo, cuyo valor reside más en la expresión patriótica que en méritos literarios.
También con Alberdi abandona las costas americanas rumbo a Italia en un bergantín llamado El Edén, nombre que servirá de título al poema de doble autoría: poetizará las ideas que en prosa escribió su amigo.
En su paso por Italia y Francia va recogiendo las nuevas ideas europeas. En su tránsito por Brasil, Chile y Perú se consolida el espíritu americanista que alentó su obra. La crítica al desdén con que los historiadores habían abordado la cultura de los pueblos precolombinos hasta entonces, por ejemplo, está claramente expresada en el ensayo De la poesía y la elocuencia de las tribus de América:
Convinieron en considerarlos como bárbaros, y tomaron sus creencias como supersticiones aconsejadas por el Demonio, sus idiomas como medios imperfectos y desapacibles de comunicar ideas, y sus ciencias y artes como productos de una civilización condenada a desaparecer por la conquista.
Su producción es vasta y polifacética –ensayos, traducciones, artículos periodísticos, cartas, textos poéticos, históricos, pedagógicos, etc.–, muchos son los encuentros e intercambios con intelectuales, incluso, no podemos dejar de lado su condición de hombre de Estado, propulsor de la “integridad nacional argentina” y de la organización de “un gobierno progresista para la Nación”, sin dejar de mencionar su coherente participación en el Congreso Constituyente de 1853, cuyo resultado, la Constitución Nacional, se inspiró en las Bases de Alberdi, quien llegó a manifestar:
Él (Gutiérrez) fue, en más de un sentido, el autor indirecto de las Bases de organización americana.
Podemos sumar también su ejercicio como Ministro de Gobierno en la breve gestión de Vicente López y Planes y, en 1854, como Ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación en otro momento crispado de la historia argentina.
Pero, ciertamente, desde lo público, para J. M. Gutiérrez fue la educación la estrategia ineludible para alcanzar el futuro deseado del país que, constituido en nación, debía llegar a ser democrático, libre, igualitario y moderno. Con esta idea llegó a Rector de la Universidad, designado por Bartolomé Mitre en 1861. Mientras se destacaba allí por su trabajo innovador, escribió obras memorables como la que resulta fundamental aún hoy para el estudio de la historia de la cultura y educación argentinas: Noticias históricas sobre el origen y desarrollo de la enseñanza superior en Buenos Aires, desde la extinción de la Compañía de Jesús en 1767 hasta poco después de fundada la Universidad en 1821, con notas biográficas, datos estadísticos y documentos curiosos, inéditos o poco conocidos.
Volviendo a la residencia de Juan María Gutiérrez en Chile, recordemos que es allí donde lleva a cabo la primera colección de poesía hispanoamericana, no superada en estas latitudes durante más de un siglo: América poética.
América Poética, Valparaíso, 1846
Siguiendo a Hernán Pas:
… la América poética instauró el género antología con parámetros típicamente modernos, entre los cuales debe destacarse la mediación del juicio crítico como fundamento del recorte propuesto.
Nos preguntamos a qué fuentes acudió Gutiérrez para semejante trabajo. Sin duda, a las más variadas, lo que quizá justifique la irregularidad de su material. Fue notable la colaboración de hombres de letras e intelectuales de la Argentina y de países hermanos, el abundante epistolario, las publicaciones en periódicos, etc.
Es con América poética que Juan María Gutiérrez se consagró como padre de la crítica argentina, si no latinoamericana:
El señor Gutiérrez es el primero que ha llevado entre nosotros a la crítica literaria el buen gusto que nace del sentimiento de las buenas doctrinas. (Esteban Echeverría)
Era una naturaleza de crítico, en cuanto esta palabra expresa (…), de solidaridad de la imaginación, antes que del frío análisis. (José Enrique Rodó)
La antología, que se comenzó a publicar en febrero de 1846 y concluyó en junio de 1847 en forma de fascículos, comprende más de 800 páginas plagadas de anotaciones en los márgenes, 53 autores hispanoamericanos y 455 poemas en los que, con la estrategia de superar confrontaciones en el campo intelectual a favor de un patrimonio cultural continental, permitió cierta preeminencia de la temática de la naturaleza sobre la del pensamiento político.
Cómo no imaginar el valor simbólico que representó esta gran obra si, para buena parte de quienes integraron la Generación del 37, la poesía resultaba medular para la comprensión del mundo y del hombre, y la imaginación esperanzadora del futuro. Bien lo expresó Florencio Varela en el epígrafe de la 2.a edición:
Entre nosotros casi toda la literatura destinada a vivir más allá del día, está limitada a la poesía: en ella está nuestra historia, en ella nuestras costumbres, en ella nuestras creencias y esperanzas.
Gregorio Weinberg, Rafael Arrieta, Olsen A. Ghirardi y Hernán Pas, nos han ofrecido datos para presentarles a Juan María Gutiérrez.
Imagen de Juan María Gutiérrez. América Poética. Valparaíso, 1846
Bibliografía
Weinberg, Gregorio. “El nacimiento de la crítica: Juan María Gutiérrez”. Capítulo, la historia de la literatura argentina. N.° 11. Centro Editor de América Latina, 1967
Arrieta, Rafael Allberto. “Esteban Echeverría y el Romanticismo en el Plata”. Historia de la literatura argentina. Tomo II. Ediciones Peuser. Buenos Aires, 1958
Ghirardi, Olsen A. “De la escuela del Salón Literario (1837) a la Constitución Nacional (1853)”. Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba http://secretarias.unc.edu.ar/acaderc/doctrina/articulos/de-la-escuela-del-salon-literario-1837-a-la
Pas, Hernán. “La crítica editada. Juan María Gutiérrez y la América Poética”. Orbis tertius. Vol. N.o 15, 2010. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. UNLP.
FUENTE https://bcn.gob.ar/algunas-paginas-en-las-colecciones-especiales/juan-maria-gutierrez